Simon Keenlyside (foto: Uwe Arens)
De alguna manera esta historia empieza con una imagen insólita, la de un soldado australiano destinado en Italia durante la II Guerra Mundial leyendo poesía en sus ratos libres. Poesía alemana del siglo XIX, para ser exactos. El soldado se llamaba John Cameron y unos años después de la guerra se instaló en Inglaterra, donde hizo carrera primero como cantante y más tarde como profesor de canto en el Royal Northern College of Music de Manchester.
Allí tuvo como alumno, a principios de los años ochenta, al barítono Simon Keenlyside, que nunca deja de mencionarlo como su principal referencia cuando se le pregunta por sus comienzos como cantante de lied. Maestro y alumno compartían su pasión por la poesía y las canciones y durante los cinco años que estuvo en la escuela Keenlyside puso las bases de su carrera como liederista. Poco después, en 1988, el barítono daba sus primeros recitales como profesional; veintitantos años más tarde sigue estudiando nuevas canciones y dedicando una parte importante de su tiempo a los recitales. John Cameron, que murió en 2002, pudo ver como su pupilo se convertía en uno de los cantantes imprescindibles de hoy. Imprescindible tanto en el ámbito de la ópera como en el del lied, pero cuando un cantante destaca en ambos suele ocurrir que la actividad operística enmascara la liederística; de aquí que, esta vez, dejemos la ópera de lado.
Ambos géneros son igualmente importantes para Keenlyside, que suele rectificar amablemente cuando se le denomina "cantante de ópera", pero la canción le permite trabajar con una libertad que en la ópera no es posible. Todo, desde la elección del programa hasta la última nota del recital, está bajo su responsabilidad y se dedica a ello con pasión; pasión por la canción y por la poesía, de la que va recogiendo reflejos de la vida; en ese sentido sus programas son pequeños fragmentos de su biografía. En el día a día estos detalles quedan en el secreto profesional entre cantante y pianista, aunque en ocasiones se explique durante los recitales el porqué de la elección de tal o cual canción. Sin embargo, con la perspectiva de los años, se puede dibujar a grandes rasgos una biografía musical. En los programas de los recitales se observa ya desde los primeros años de carrera el predominio de compositores franceses y alemanes y el equilibrio entre obras frecuentes en el repertorio y otras menos habituales. Entre los compositores franceses son una constante Poulenc, Fauré, Ravel y Debussy; ocasionalmente, Duparc. Entre los segundos, Strauss, Mahler, Brahms, mucho Wolf y sobre todo, casi siempre, Schubert.
Si nos detenemos en las obras programadas observamos que algunas de ellas se mantienen constantes a lo largo de los años. Por citar algunas de las más representativas, las Histoires Naturelles de Ravel, Tel jour, telle nuit de Poulenc, Nuit d'étoiles de Debussy, los Kerner Lieder de Schumann, Lied vom Winde y Auf eine Christblume II de Wolf... Schubert merecería un capítulo aparte porque su música está mucho más presente que la de cualquier otro compositor tanto por frecuencia como por lo amplio del repertorio; mencionaremos al menos cuatro de los lieder más habituales en sus recitales: Die Sterne, Im Walde, Verklärung o Der Wanderer an den Mond.
Tan significativas como estas obras recurrentes son las ausencias. Keenlyside apenas canta las Canciones del camarada errante o los Kindertotenlieder de Mahler; más allá de los mencionados Kerner Lieder, las canciones del arpista de las Canciones de Wilhelm Meister o algún ocasional Dichterliebe es difícil encontrar obras de Schumann, un compositor tan habitual en el repertorio liederístico. Incluso de Wolf, por quien el cantante confiesa a menudo su preferencia, sólo canta lieder de Goethe o Möricke ("sólo" es un decir, entre ambos poetas suman un centenar de canciones, hay donde elegir). Finalmente, una ausencia que es un pecado de juventud, La bella molinera de Schubert; como nos comentaba el barítono en una entrevista concedida a Codalario, no se lo aprendió cuando era joven y ahora ya es demasiado tarde para cantarla.
Pero la ausencia más importante en el repertorio de Keenlyside es la de la canción inglesa. Parece natural que un cantante cultive el repertorio en su lengua materna pero sólo encontramos dos obras en inglés habituales en sus recitales: Songs and Proverbs of William Blake, de Britten, y las canciones de A Shropshire Lad de Butterworth; más allá de estos dos ciclos encontramos solamente unas cuantas canciones de otros autores en sus recitales. La razón de estas ausencias es sencilla, se trata de un repertorio que ni le gusta ni le interesa.
Para cerrar este repaso por los compositores, encontramos algunas incursiones en la obra de otros alemanes como Pfitzner, Schoenberg y Eisler, en el repertorio ruso (Glazunov, Rachmaninov y Rimsky-Korsakov), aunque prefiere no cantar en un idioma que no habla y, casi anecdóticamente, algún lied de Mozart y alguna canzone de Tosti. También ha participado en algún experimento que se alejaba del formato habitual del recital, como un Winterreise coregrafiado por Trisha Brown o Twin Spirits, un espectáculo a partir de la música de Robert y Clara Schumann.
Entre sus referentes están, además de John Cameron, Dietrich Fischer-Dieskau y Hermann Prey, y cantantes de la generación anterior como Gerhard Hüsch o Heinrich Schlusnus, pero su estilo no es fácilmente identificable con ninguno de ellos (o lo es con todos). Keenlyside habla de la necesidad de conocer la poesía (por parte del cantante y, hasta donde sea posible, de los oyentes) para comprender la unión entre palabras y música y esta es la sensación que transmite en sus recitales, la de estar contando además de cantando. No necesariamente contando una historia, porque al fin y al cabo esto sucede las menos de las veces en el lied, sino acercándonos el poema a la vez que nos acerca la canción. Aunque lo parezca, esto no es un juego de palabras, una canción bellamente cantada no es necesariamente un poema bien transmitido.
El canto de Keenlyside está al servicio de un texto muy interiorizado y no tiene reparos en arriesgar en un momento dado para enfatizar un verso, aunque a veces arriesgue demasiado y acabe sacrificando el canto en favor de la expresividad. Expresividad es una de las palabras claves, como lo son también inteligencia, naturalidad y elegancia. Su timbre es cálido aunque no destaca por su belleza; sí cuenta con una gran flexibilidad y maneja una amplia paleta de colores que le permiten matizar con precisión; interpreta con idéntico acierto delicadas miniaturas como Der Jüngling an der Quelle de Schubert o grandes canciones como Prometheus de Wolf. Su refinada línea de canto choca en ocasiones con el nerviosismo que muestra sobre el escenario; no estamos hablando de un cantante con gran presencia escénica pero la naturalidad con que comunica deja en segundo plano lo inquieto de su lenguaje corporal.
Si el pianista es el cómplice del cantante, no podemos dejar de mencionar en este perfil a Malcolm Martineau, uno de los mejores acompañantes de la actualidad, que ya actuó junto a Keenlyside en su debut en el Wigmore Hall de Londres en 1988; se trata de una relación de muchos años que se traduce en una complicidad y un entendimiento casi perfecto. Con algunas excepciones como Graham Johnson, Julius Drake o, más recientemente, Emmanuel Ax, es raro encontrar a otro pianista en el escenario junto al barítono.
La discografía con la que contamos es escasa y el motivo es la mala relación que mantiene el cantante con los micrófonos y los estudios de grabación; no parece casual que las grabaciones de óperas, es decir, de obra colectiva, sean más abundantes. Durante los años 90 Keenlyside grabó tres discos dedicados a Schubert, Strauss y Schumann, los dos primeros con Malcolm Martineau y el último, incluído en la integral de Hyperion, con Graham Johnson; grabó también las Five Mystical Songs de Vaughan Williams con Johnson y una selección de Des Knaben Wunderhorn de Mahler para la integral del compositor dirigida por Simon Rattle. De esa época son también algunas canciones grabadas para la integral de Schubert de Hyperion, también coordinada por Graham Johnson. Después de un silencio de diez años, Keenlyside y Martineau grabaron los tres últimos discos por el momento: en 2008 el único en directo, un recital en el Wigmore Hall de Londres con Schubert, Wolf, Ravel y Fauré en el programa; en 2009 una grabación de Dichterliebe y una selección de lieder de Brahms y, finalmente, en 2011, Songs of War, una selección de canciones inglesas relacionadas directa o indirectamente con la guerra en la que se incluyen las canciones de A Shropshire Lad de Butterworth.
Hablábamos al principio de libertad. Esta podría ser la palabra que mejor defina la carrera de Simon Keenlyside como liederista: libertad para expresarse a través de la poesía y las canciones, libertad para componer los programas, libertad para elegir cómo, cuándo y qué grabar... Y si la palabra suena demasiado grandilocuente en este contexto quizá podamos sustituirla por honestidad y coherencia.
Allí tuvo como alumno, a principios de los años ochenta, al barítono Simon Keenlyside, que nunca deja de mencionarlo como su principal referencia cuando se le pregunta por sus comienzos como cantante de lied. Maestro y alumno compartían su pasión por la poesía y las canciones y durante los cinco años que estuvo en la escuela Keenlyside puso las bases de su carrera como liederista. Poco después, en 1988, el barítono daba sus primeros recitales como profesional; veintitantos años más tarde sigue estudiando nuevas canciones y dedicando una parte importante de su tiempo a los recitales. John Cameron, que murió en 2002, pudo ver como su pupilo se convertía en uno de los cantantes imprescindibles de hoy. Imprescindible tanto en el ámbito de la ópera como en el del lied, pero cuando un cantante destaca en ambos suele ocurrir que la actividad operística enmascara la liederística; de aquí que, esta vez, dejemos la ópera de lado.
Ambos géneros son igualmente importantes para Keenlyside, que suele rectificar amablemente cuando se le denomina "cantante de ópera", pero la canción le permite trabajar con una libertad que en la ópera no es posible. Todo, desde la elección del programa hasta la última nota del recital, está bajo su responsabilidad y se dedica a ello con pasión; pasión por la canción y por la poesía, de la que va recogiendo reflejos de la vida; en ese sentido sus programas son pequeños fragmentos de su biografía. En el día a día estos detalles quedan en el secreto profesional entre cantante y pianista, aunque en ocasiones se explique durante los recitales el porqué de la elección de tal o cual canción. Sin embargo, con la perspectiva de los años, se puede dibujar a grandes rasgos una biografía musical. En los programas de los recitales se observa ya desde los primeros años de carrera el predominio de compositores franceses y alemanes y el equilibrio entre obras frecuentes en el repertorio y otras menos habituales. Entre los compositores franceses son una constante Poulenc, Fauré, Ravel y Debussy; ocasionalmente, Duparc. Entre los segundos, Strauss, Mahler, Brahms, mucho Wolf y sobre todo, casi siempre, Schubert.
Si nos detenemos en las obras programadas observamos que algunas de ellas se mantienen constantes a lo largo de los años. Por citar algunas de las más representativas, las Histoires Naturelles de Ravel, Tel jour, telle nuit de Poulenc, Nuit d'étoiles de Debussy, los Kerner Lieder de Schumann, Lied vom Winde y Auf eine Christblume II de Wolf... Schubert merecería un capítulo aparte porque su música está mucho más presente que la de cualquier otro compositor tanto por frecuencia como por lo amplio del repertorio; mencionaremos al menos cuatro de los lieder más habituales en sus recitales: Die Sterne, Im Walde, Verklärung o Der Wanderer an den Mond.
Tan significativas como estas obras recurrentes son las ausencias. Keenlyside apenas canta las Canciones del camarada errante o los Kindertotenlieder de Mahler; más allá de los mencionados Kerner Lieder, las canciones del arpista de las Canciones de Wilhelm Meister o algún ocasional Dichterliebe es difícil encontrar obras de Schumann, un compositor tan habitual en el repertorio liederístico. Incluso de Wolf, por quien el cantante confiesa a menudo su preferencia, sólo canta lieder de Goethe o Möricke ("sólo" es un decir, entre ambos poetas suman un centenar de canciones, hay donde elegir). Finalmente, una ausencia que es un pecado de juventud, La bella molinera de Schubert; como nos comentaba el barítono en una entrevista concedida a Codalario, no se lo aprendió cuando era joven y ahora ya es demasiado tarde para cantarla.
Pero la ausencia más importante en el repertorio de Keenlyside es la de la canción inglesa. Parece natural que un cantante cultive el repertorio en su lengua materna pero sólo encontramos dos obras en inglés habituales en sus recitales: Songs and Proverbs of William Blake, de Britten, y las canciones de A Shropshire Lad de Butterworth; más allá de estos dos ciclos encontramos solamente unas cuantas canciones de otros autores en sus recitales. La razón de estas ausencias es sencilla, se trata de un repertorio que ni le gusta ni le interesa.
Para cerrar este repaso por los compositores, encontramos algunas incursiones en la obra de otros alemanes como Pfitzner, Schoenberg y Eisler, en el repertorio ruso (Glazunov, Rachmaninov y Rimsky-Korsakov), aunque prefiere no cantar en un idioma que no habla y, casi anecdóticamente, algún lied de Mozart y alguna canzone de Tosti. También ha participado en algún experimento que se alejaba del formato habitual del recital, como un Winterreise coregrafiado por Trisha Brown o Twin Spirits, un espectáculo a partir de la música de Robert y Clara Schumann.
Entre sus referentes están, además de John Cameron, Dietrich Fischer-Dieskau y Hermann Prey, y cantantes de la generación anterior como Gerhard Hüsch o Heinrich Schlusnus, pero su estilo no es fácilmente identificable con ninguno de ellos (o lo es con todos). Keenlyside habla de la necesidad de conocer la poesía (por parte del cantante y, hasta donde sea posible, de los oyentes) para comprender la unión entre palabras y música y esta es la sensación que transmite en sus recitales, la de estar contando además de cantando. No necesariamente contando una historia, porque al fin y al cabo esto sucede las menos de las veces en el lied, sino acercándonos el poema a la vez que nos acerca la canción. Aunque lo parezca, esto no es un juego de palabras, una canción bellamente cantada no es necesariamente un poema bien transmitido.
El canto de Keenlyside está al servicio de un texto muy interiorizado y no tiene reparos en arriesgar en un momento dado para enfatizar un verso, aunque a veces arriesgue demasiado y acabe sacrificando el canto en favor de la expresividad. Expresividad es una de las palabras claves, como lo son también inteligencia, naturalidad y elegancia. Su timbre es cálido aunque no destaca por su belleza; sí cuenta con una gran flexibilidad y maneja una amplia paleta de colores que le permiten matizar con precisión; interpreta con idéntico acierto delicadas miniaturas como Der Jüngling an der Quelle de Schubert o grandes canciones como Prometheus de Wolf. Su refinada línea de canto choca en ocasiones con el nerviosismo que muestra sobre el escenario; no estamos hablando de un cantante con gran presencia escénica pero la naturalidad con que comunica deja en segundo plano lo inquieto de su lenguaje corporal.
Si el pianista es el cómplice del cantante, no podemos dejar de mencionar en este perfil a Malcolm Martineau, uno de los mejores acompañantes de la actualidad, que ya actuó junto a Keenlyside en su debut en el Wigmore Hall de Londres en 1988; se trata de una relación de muchos años que se traduce en una complicidad y un entendimiento casi perfecto. Con algunas excepciones como Graham Johnson, Julius Drake o, más recientemente, Emmanuel Ax, es raro encontrar a otro pianista en el escenario junto al barítono.
La discografía con la que contamos es escasa y el motivo es la mala relación que mantiene el cantante con los micrófonos y los estudios de grabación; no parece casual que las grabaciones de óperas, es decir, de obra colectiva, sean más abundantes. Durante los años 90 Keenlyside grabó tres discos dedicados a Schubert, Strauss y Schumann, los dos primeros con Malcolm Martineau y el último, incluído en la integral de Hyperion, con Graham Johnson; grabó también las Five Mystical Songs de Vaughan Williams con Johnson y una selección de Des Knaben Wunderhorn de Mahler para la integral del compositor dirigida por Simon Rattle. De esa época son también algunas canciones grabadas para la integral de Schubert de Hyperion, también coordinada por Graham Johnson. Después de un silencio de diez años, Keenlyside y Martineau grabaron los tres últimos discos por el momento: en 2008 el único en directo, un recital en el Wigmore Hall de Londres con Schubert, Wolf, Ravel y Fauré en el programa; en 2009 una grabación de Dichterliebe y una selección de lieder de Brahms y, finalmente, en 2011, Songs of War, una selección de canciones inglesas relacionadas directa o indirectamente con la guerra en la que se incluyen las canciones de A Shropshire Lad de Butterworth.
Hablábamos al principio de libertad. Esta podría ser la palabra que mejor defina la carrera de Simon Keenlyside como liederista: libertad para expresarse a través de la poesía y las canciones, libertad para componer los programas, libertad para elegir cómo, cuándo y qué grabar... Y si la palabra suena demasiado grandilocuente en este contexto quizá podamos sustituirla por honestidad y coherencia.
Artículo publicado en Codalario Premium (enero 2015)