Segona entrada de la sèrie Deu cançons amb cuques. Alicia Cano ens porta l'entrada dedicada a aquestes criatures entranyables que són les paneroles. Moltes gràcies, Alicia!
El baile de San Antonio de la Florida - F. de Goya
Cuando Fernando Sor, o Ferran Sors (Barcelona, 1778 – París, 1839) se interesó por la guitarra, esta era poco más que un instrumento popular y pocos compositores “serios” le habían dedicado su tiempo. Sor contribuyó a dignificarla y convertirla, de hecho, en un instrumento de concierto. Hoy se le conoce sobre todo por su relación con ella, como compositor, profesor e instrumentista, pero su corpus es bastante más amplio, e incluye óperas, ballets y, claro está, canciones. Como la que hoy nos ocupa, una de las “Doce seguidillas boleras” que Sor compuso hacia 1810.
¿Y qué es una seguidilla? En principio se trata de un poema, una forma estrófica, como el soneto. De origen popular, casi siempre de temática amorosa o humorística, habitualmente musicada y bailada, en cada época y región, con sus particularidades.
El nombre, por cierto, proviene de la costumbre de enlazar una estrofa con otra cantando o bailando, sin estribillos ni pausas: “todo seguido”. Aunque con el paso del tiempo la forma fue evolucionando siempre ha mantenido el nombre, a veces añadiendo algún “apellido” (manchega, gitana, bolera…) para diferenciar las variaciones locales.
La estructura de la seguidilla es muy simple: una única estrofa (copla) de cuatro versos alternativos de siete y cinco sílabas con asonancia en los pares, aunque la versión que nos ocupa hoy añade a la copla tres versos más (estribillo) de cinco sílabas el primero y tercero y de siete el segundo con asonancia en los impares. ¿Os habéis perdido? Yo también.
A lo mejor con un ejemplo es más sencillo. Antes de hablar de la que da título a esta entrada (¡y de bichos!), utilizaremos otra seguidilla musicada por Sor:
¿Y qué es una seguidilla? En principio se trata de un poema, una forma estrófica, como el soneto. De origen popular, casi siempre de temática amorosa o humorística, habitualmente musicada y bailada, en cada época y región, con sus particularidades.
El nombre, por cierto, proviene de la costumbre de enlazar una estrofa con otra cantando o bailando, sin estribillos ni pausas: “todo seguido”. Aunque con el paso del tiempo la forma fue evolucionando siempre ha mantenido el nombre, a veces añadiendo algún “apellido” (manchega, gitana, bolera…) para diferenciar las variaciones locales.
La estructura de la seguidilla es muy simple: una única estrofa (copla) de cuatro versos alternativos de siete y cinco sílabas con asonancia en los pares, aunque la versión que nos ocupa hoy añade a la copla tres versos más (estribillo) de cinco sílabas el primero y tercero y de siete el segundo con asonancia en los impares. ¿Os habéis perdido? Yo también.
A lo mejor con un ejemplo es más sencillo. Antes de hablar de la que da título a esta entrada (¡y de bichos!), utilizaremos otra seguidilla musicada por Sor:
Copla:
Las mujeres y cuerdas (7 sílabas)
De la guitarra, (5)
Es menester talento (7)
Para templarlas. (5) – rima asonante con “guitarra”
Estribillo:
Flojas no suenan (5)
Y suelen saltar muchas (7)
Si las aprietan. (5) – rima asonante con “suenan”
A finales del siglo XVIII, en la época de Sor, la seguidilla se había convertido en una danza muy popular y casi en una cuestión de identidad nacional frente a los bailes extranjeros. Se vivía en toda Europa una vuelta a lo “primitivo”, a lo auténtico, y la aristocracia castiza, en contraste con los afrancesados, valoraban enormemente la tradición popular española. De ahí que la seguidilla bolera pasara de ser un entrenimiento popular a una amenización común en los entreactos de las obras teatrales, ejecutada por bailarines profesionales.
Estas seguidillas más alejadas del pueblo llano se enriquecían con elementos virtuosísticos de la música culta y la lírica. Por eso encontraremos en ellas abundancia de melismas, saltos interválicos y demás pirotecnias vocales. Sor contribuyó a la propagación de la seguidilla por Europa (vivió después de exiliarse temporadas en Londres y Moscú, aparte de París, que fue su residencia definitiva), donde se tomó, durante el Romanticismo, como una muestra más de la “exótica España”, visión que dio lugar a curiosas interpretaciones, a nuestros ojos, como la Carmen de Bizet (donde, por cierto, se menciona la seguidilla).
A estas alturas tal vez os estéis preguntando dónde encajan las cucarachas en todo esto. Pues bien, los pobres bichos son utilizados como chivo expiatorio en la canción Muchacha, ¿y la vergüenza?, un diálogo entre una chica, un tanto suelta ella, y su madre, que le recrimina su conducta, al parecer poco apropiada (como una versión dieciochesca del “¿vas a salir de casa así vestida?). La escucharemos en la voz de Anna Alàs i Jové acompañada a la guitarra por Eugeni Muriel:
Muchacha, y la vergüenza
- Muchacha, ¿y la vergüenza,
dónde se ha ido?
- Las cucarachas, madre,
se la han comido.
porque las cucarachas
no tienen dientes.
No sé si esta deliciosa canción servirá para que a partir de ahora miréis a las cucarachas con otros ojos, pero al menos espero que disfrutéis del arte de Sor y que, si no la conocíais, os haya resultado un feliz descubrimiento como a mí en su día.
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